Mi blog no podía empezar de otra forma. Con ustedes…, el maestro Howard Phillips Lovecraft.
Howard Phillips Lovecraft
Antes de pasar a cualquier otra cuestión y si me lo permiten, me gustaría a modo de homenaje, contarles como descubrí al maestro Lovecraft. Podría copiar toda su biografía de la Wikipedia y lanzarme a otra cosa pero que quieren que les diga, yo…, soy raro. Eso es lo primero que deben saber de mí y, también deben saber que me encanta serlo. Ja, ja, ja.
Y así fue como ocurrió…
Es extraño como suceden las cosas. Recuerdo perfectamente cuando me encontré con las historias del maestro Lovecraft, como si hubiese sucedido esta misma mañana. ¡Demonios del Hades, ya parezco un abuelo hablando! Era un verano normal y estaba de vacaciones. Era un día como otro cualquiera de mi atormentada adolescencia. Como siempre, salí a pasear en solitario, a pesar del intenso calor de mi ciudad natal; es bien sabido que Córdoba es un horno de calor seco en verano. O al menos lo era antes del calentamiento global, ya que se están suavizando demasiado las temperaturas.
Eso debería dar más miedo que el propio Cthulhu.
Mi caminar me llevaba invariablemente al centro de la ciudad y yo, siempre practicaba y aún practico, un refinado arte que de seguro es compartido en toda Andalucía. Lo que aquí coloquialmente se llama «sombrear». Es decir: encontrar el máximo número de sombras para evitar el ardiente sol, que en aquella época era capaz de derretir el asfalto…, ¡literalmente! Mi objetivo siempre era el mismo. Dado que era un joven solitario y bastante raro (ahora lo digo con mucho orgullo, que conste), iba derecho como una flecha a la «enorme» librería Luque (al menos lo era para alguien de mi edad), de la calle José Cruz Conde.
Allí, bajo la atenta mirada del vendedor que ya me conocía como si fuese de la familia, me sumergía primero en las novedades de los grandes escritores, para luego acabar siempre en la zona de género fantástico. Como es normal en un chaval de mi edad y dado mi paupérrimo poder adquisitivo, iba allí más para mirar que para otra cosa. Eso siempre hacía que el pobre vendedor acabase poniendo cara de fastidio pero parecía resignado ante su eterno destino. Para su sorpresa (y posterior desencanto), ese día llevaba algo de dinero, fruto sin duda de alguna donación de algún familiar caritativo; siempre fui tan ahorrativo como introspectivo, lo cual me permitía comprar algún que otro libro de tanto en tanto.
Le pregunte al librero que me recomendase algo de género fantástico y él, me preguntó si había leído a un tal Lovecraft. Supongo que me vio con pinta de necesitarlo. Yo le respondí que no lo conocía y a continuación me hizo acompañarlo, hasta el lugar más recóndito de la sección de género fantástico. Si, suena raro, pero no va por ahí la cosa. Ja, ja, ja. Dicha sección lucia desordenada y estaba llena de montones irregulares de libros, que repartidos por todas partes, había que esquivar con sumo cuidado. Como el propio género fantástico nunca ha sido el más consumido (salvo en esta era de lo geek), la sección estaba compartida con la juvenil y la infantil. Involuntariamente y sin venir a cuento, me puse colorado como un tomate. Yo ya no era un niño y me sentí algo ofendido por aquella mezcla. Esto de ponerme colorado es algo que sigue ocurriéndome en la actualidad y quienes me conocen lo han visto en persona. Aunque pocos saben porqué.
-Vaya… -me dijo el librero. -Hay una antología estupenda sobre ese escritor, pero parece que no tengo ningún volumen aquí ahora mismo. ¿Por qué no pruebas en la Luque de la calle Gondomar?
Puse cara de interesado, aunque me hice el duro. Le dije que era probable que lo hiciese. Obviamente salí escopeteado para la otra librería, en la dirección contraria a la calle más corta para ir hasta ella. No podía permitir que el librero pensase que me tenía en sus garras. ¿Qué queréis que os diga? Era joven y estúpido. Llegue obviamente sudoroso por la carrera, a pesar de mi perfecta coordinación para encontrar todas las sombras que me sabía de memoria. Me detuve, cogí aire y entre en la «otra» Luque. Allí era donde estaba mi vendedor favorito y curiosamente años después, descubriría que era el padre de uno de mis escasos pero estupendos amigos. Bajé las escaleras de aquel fresco sótano y me fui directamente hacia él. Era imposible no encariñarse con aquel jovial señor de delgada figura, grueso bigote y ácida verborrea. Además siempre me llamaba caballero y eso, te hacía sentir como que no cabías en tu pequeño cuerpo.
Le hable de la esquiva antología y él me escucho muy serio. Entonces en un visto y no visto, desapareció sin decir nada entre las atestadas estanterías y lo vi corretear por varios lugares murmurando para si mismo. Al fin sonrió y vino hacia mi con el libro en la mano. Todo esto que os cuento, ocurrió en lo que me pareció una fracción de segundo porque esta maravillosa persona, parecía tener el don de plegar el espacio-tiempo a su favor.
El volumen era grueso, aunque a mí nunca me habían amilanado tales cuestiones. También era un poco más caro que lo que tenía en mente, pero claro, llevaba dinero de sobra y me habían picado la curiosidad. Entonces me lo llevé a casa, y ahí nació mi historia de amor con el mundo de Lovecraft. No era fácil de leer y algunas cosas me parecieron terribles a esa edad (era muy impresionable) pero me fascino todo el universo que el maestro y sus amigos habían creado. Siempre he sido muy cabezota y si pude leerme «El señor de los anillos» en una semana, podía con aquella tupida manera de escribir.
Y vaya si lo conseguí, ¡y cuanto lo disfruté…! Aquello fue amor a primera vista. Droga de la dura. Me llevo bastante tiempo leerme lo más famoso del escritor y resulto que sorprendentemente, mis dos historias preferidas no se encontraban entre las más conocidas. Devoré cuanto pude y como es ley de vida, al poco lo deje de lado y seguí con otras cosas. A esa edad saltas de un mundo a otro, ávido de historias. Curiosamente no he vuelto a releer nada de Lovecraft pero todo su mundo se me quedo dentro y cuando ocurrió algo que más adelante contaré, lo primero que me salió del corazón, fue escribir un pequeño homenaje a Lovecraft.
Todavía conservo aquel ejemplar y algunos más que compre después, al quedar prendado de este escritor. He aquí la prueba…
Gracias por leer esta entrada.
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